viernes, 20 de noviembre de 2009

Gente con brillo propio

London, septiembre 2009

Nunca se sabe qué nos acerca a uno entre todos en un momento determinado, ni qué va a surgir de ese encuentro, ni cuanto durará. Parece que esté hablando del flechazo, del enamoramiento o de una relación de pareja. Pero una amistad tiene algo de todo eso y en ocasiones, no en la que nos ocupa (no se si por suerte o por desgracia), incluso más.

En el caso de nosotros dos fue una foto cursi de una gaviota, tomada por mí al hilo de la lectura del Juan Salvador (que tanta confusión ha creado sobre esa especie y del que hablaré otro día), que se exponía en la sala de un periódico y a la que se acercó un chaval imberbe con un sobre enorme de papel fotográfico bajo el brazo.

El que voló libre luego fue él, mientras que yo era anillado por una entidad bancaria con ánimo de lucro. Pero hete aquí que las migraciones de unos y de otros nos han llevado a compartir nidos y alpistes en no pocas ocasiones. Y eso, con el paso de los años, parece que une más de lo que la distancia separa.

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