martes, 27 de junio de 2017

ME LLAMO JAVIER VILA Y YO VISITÉ EL CENTRO BOTÍN


El pasado martes 20 de junio asistí, por invitación de la Fundación Botín, a una visita para artistas y gestores culturales de Cantabria, imagino que porque figuro como titular de La Caverna de la Luz.
A raíz de mi aparición en una de las fotografías del evento publicadas al día siguiente en el Diario Montañés, he recibido un sinfín de chascarrillos, unos simpáticos y otros con la consabida carga, por diversas redes sociales y en persona, con el tema de la supuesta contradicción existente entre haberse manifestado abiertamente en contra de la ubicación del Centro Botín (CeBo) en medio de la bahía de Santander (el lugar en el que finalmente se ha instalado) y asistir a conocerlo o tan siquiera visitarlo o poner los pies en alguna de sus exposiciones.
No es mi intención entrar en polémicas, ni recabar “likes” o abrir ningún foro de debate. El único debate que me interesaba sobre el tema era el sometimiento a la opinión de los ciudadanos del hecho de ceder un espacio público a una entidad privada, y cual, y ese nunca se produjo, usurpándose el derecho a los ciudadanos a opinar, una vez más.
Vaya por delante mi oposición, pasada, presente y futura, a la ubicación del CeBo en el Muelle de Albareda. Esto no significa que tenga nada en contra de que la Fundación Botín tenga su sede en Santander, aunque no sea “amigo”, ni haya hecho cola aún para sacar el carnet de 2 euros que da derecho a entrar a las exposiciones gratuitas. Ojalá se instalaran en Santander o en cualquier otro lugar de Cantabria otras veinte Fundaciones y/o Museos, empezando por la Fundación Mapfre, que tan encomiable labor está haciendo en el mundo de la Fotografía y que hace que varias veces al año viaje a Madrid o Barcelona, por la calidad de las exposiciones que allí programan.
El primer reduccionismo (que quede bien claro que no digo simplismo) es sentenciar que quien no está de acuerdo con algo, no es amigo o no lo comparte, no tiene derecho alguno a visitarlo o ni tan siquiera a conocerlo por dentro, aunque sólo sea para opinar de qué le parece el edificio. Y si lo hace signifique que ha pasado por el aro o que ya “tragó”. Eso sería como decir que todos aquellos que visitan Auschwitz están de acuerdo con el genocidio nazi o, simplemente (ahora si) que todos aquellos que son “amigos” de la Fundación Botín simpatizan con todas las prácticas bancarias de la entidad financiera que le da respaldo.
“Otra oportunidad perdida” titulé la fotografía que colgué en las redes sociales de mi visita de ese día.
Al escuchar a Javier Botín decir en el discurso de inauguración que éste era el legado de su familia a la bahía de Santander, recordé que tras la frustración del Santander-Mediterráneo, se cuenta que su abuelo manifestó un gran alivio, puesto que no quería ver desde su promontorio una bahía llena de chimeneas humeantes y feos barcos cargueros repletos de chatarra. Oportunidad que, como no, la oligarquía de Neguri atrajo a la ría de Nervión. Y recordé que años después, en tiempos de su padre, esta ciudad declinó la invitación de la Fundación Guggenheim y el celebérrimo edificio de Gehry, que finalmente se instaló en la parte más depauperada de la ria de Bilbao, cambiando definitivamente aquel paisaje desolador y el futuro de la ciudad que lo acogió. Nadie sabe qué reducido club de sabios estuvo detrás de la negativa santanderina… (ese debate tampoco se produjo).
Pero las palabras del nieto de la saga no podían ser más clarificadoras: éste era el incomparable marco que ellos soñaron para su legado. Por eso aquella cantinela del alcalde ingeniero, ahora ministro de fomento, de que “o era ahí o no era”, como mantra para demonizar a quienes nos oponíamos a su ubicación en un espacio de la ciudad que no necesitaba otra acción que el soterramiento del tráfico y la extensión del muelle al disfrute de los ciudadanos.
¿Os imagináis ese edificio en la explanada de Varadero, dando la bienvenida a las miles de personas que a diario llegan a nuestra ciudad por carretera, transformado un área de naves semiabandonadas y dando oxígeno a una zona sobreedificada?
Porque al margen de la pregunta de si te gusta el edificio o no, o si se comerá las obras expuestas en su interior, está la cuestión de si transformará el espacio en el que ha sido instalado y si su función será determinante para el futuro de nuestra ciudad…
Cuestiones que, por otra parte, nada tienen que ver, ni nos van a impedir a quienes lo cuestionamos, la visita a las exposiciones o actos que pueda programar, si despiertan nuestro interés.