Encontrarse una cabina a la vuelta de una esquina es casi como viajar en el tiempo, aunque se trate del sur de Portugal. Es como esperar que aparezca una joven, que sale a llamar a su novio o una madre, que llama a su hijo que está haciendo la mili o trabajando en España. Y, al poco, aparece otro u otra que hace cola y se impacienta. Y, primero tímidamente y luego más beligerante, da unos golpecitos en el cristal reclamando su turno, aligerando que es para hoy.
Era la península de otros tiempos, de antes de la revolución de los claveles pero, sobre todo, de antes de la invasión de los móviles. ¿quién puede necesitar hoy de una cabina? ¿o de un sobre, un papel o un boli, en un mundo wifi y prepago?
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