La vida va como puede, esquivando la solana, degustando un poquito en la piel desnuda y poniendo la cabeza al resguardo de un resquicio de sombra de la rambla. Va quedando muy bien, muy diáfano, como la dibujaron en el plano antes de tirar por la calle del medio y llevarse por delante casas enteras de vecindad. La gente se ha ido apartando, para no ser aplastado por los bulldozer, pero salen al parque desde sus nuevos escondrijos, siempre que hay ocasión. Se ha vuelto a restablecer un inestable equilibrio que durará lo que dure la crisis o estallará con un nuevo boom. Pero qué sabemos nosotros de todo eso...
Rambla del Rabal, Barcelona, agosto 2009
Joan Colom se habría apostado de otra manera, en otra esquina, más de frente, a la cara. Yo no quiero importunar y tampoco llevo una leica. Prefiero la complicidad con la seña que esconde. Dobles parejas, parece marcarme... A lo mejor está convocando a su suerte cruzando torpemente los dedos, tanto como le permite la artrosis. La que va a necesitar para cruzar las calles del barrio un día más.
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