Cuenca, junio 2011
Cada año vienen, anidan, crian y, cuando llega su momento, se van. Cuando era un crio, el misterio del ir y venir al nido de la cuadra o de debajo del alero era un rito, similar al del tio de mi madre mararlas impasible desde el taburete de ordeño, satisfecho de que se auguraba buen año. Ya sólo que aquella que nacio el año anterior en aquel nido hubiera hecho el camino de ida y vuelta era motivo de alegria. Y el ver que nacia una nueva nidada auguraba continuidad de la especie. Y verlas trasegar semillas e insectos anunciaba verano, cosecha y desvan. Y si después de aquello, se van... Pues esperamos que vuelvan.
Pero si el mohino vástago del vecino les tiraba piedras, el tio Nino saltaba del taburete, dejaba la paba del pito en el alfeizar del ventanuco de la cuadra, y blandiendo el azadillo bramaba: vale más ese nido que tu cabeza de chorlito. Imagino que no le deseaba morir aplastado bajo la rueda del tractor que con tanto brio encabritaba por los surcos del maizal, pero así fué.
Yo siempre he deseado lo mejor para las golondrinas.
2 comentarios:
Sería fácil utilizar los recurrentes versos de Becquer en este comentario, pero me lo voy a ahorrar. Solamente manifestar que las golondrinas, efectivamente, tienen la costumbre (o la manía, vete tú a saber) de tomar cada vez el camino de regreso.
Yo también, esperanzado, le deseo buena singladura a las golondrinas.
Salud.
Preciosa entrada y precioso comentario... siento deciros que los hijos de p. del 1º derecha jodieron los nidos con el palo de la escoba..
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