martes, 10 de agosto de 2010

Recuerdos

Valencia, julio 2010

Nos hemos acostumbrado tanto a los gadgets que ya no es posible soportar el feismo que nos rodea.

Vemos gente a nuestro alrededor que anda por la calle sonriente y hablando sola. Y de pronto nos percatamos que llevan un dispositivo bluetooth y van hablando por el movil. Otros, en el autobus o el metro van con la vista perdida y en lugar de desprender olor a sudor desde el sobaco, lo que esparcen en su entorno es un ritmo agudo y machacón de ritmos enlatados que se desborda de sus orejas, seguramente ya en proceso de mutación con sus auriculares.

Pero sin duda lo peor de todos los artilugios son los que hacen que la gente prefiera ver la repetición de las jugadas más interesantes de su vida en la pantalla de la cámara o el movil, apenas unos segundos después de haberlo registrado. Aumentado con su zoom, saturado de color e hiperenfocado...

No era esta chica, era otra pareja en una mesa junto a la nuestra en una venta de carretera en Ibiza, la que miraba atónita cómo su novio cenaba con el plato a un lado y la cabeza metida en un iPad. Una imagen lamentable. Lo que en otro tiempo hubiera sido una cena romántica con manitas y susurros, ahora se ha convertido en un toqueteo de pantalla tactil y algún que otro manotazo al son de un ¡quita esa zarpa!

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