Alguien les habló del paraiso. De que si curraban como alemanes durante treinta o treinta y cinco años, un día llegarían a un oasis de cocoteros, tortugas y pescadito frito lleno de morenos bajitos que les atenderían como a emperadores, al dictado de su dama de hierro. Primero lo creyeron los anglos y los sajones, pero se lo bebieron pronto. Ahora son los teutones y los eslavos, pero estos se llevan la bebida a casa, comprada en sus supermercados de marca blanca, al grito de "yo no soy tonto"...
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