Peñuelas, abril 2014
Cuando yo era pequeño los descansillos de las escaleras tenían plantas. Unas en el alfeizar de la ventana, con flores, y otras en las esquinas, las de hoja verde y perenne. Las vecinas las regaban y las quitaban las puntas marchitas de rozarlas con la bici al bajarla a la calle. Otras veces bajabamos deslizándonos a caballo por el balaustre. Como las puertas de los pisos casi siempre estaban abiertas, alguna madre nos gritaba desde el pasillo la cantinela de "así no se baja, que te vas a caer". Las paredes tenían desconchones de trastear con coches de niños y maderas para hacer baldas. Hace casi medio siglo de aquello y parece que nada ha cambiado...
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