Marrakech, marzo 2012
Mi abuela me ofrecía acompañarla en la siesta y a cambio me contaba un cuento. Ella se trasponía mientras yo me transportaba. Luego me acostumbré a sestear cuando me contaban cuentos en clase. No supe nunca distinguir entre el flautista de Hamelin y el generalísimo. He tardado mucho en despertarme. Y ahora veo por todas partes a los ladrones de la cueva de Alí Babá y a todos los malhechores de todos los cuentos que me contó mi abuela. Nunca más vuelvo a echarme la siesta. Tan española, por otra parte.
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