miércoles, 5 de septiembre de 2012

Ortegal y los dos mares


 Ortegal, agosto 2012

Los faros tienen un efecto llamada que no acabo de desentrañar. Nos atraen hasta el punto de recorrer intrincadas carreteras, pistas mal asfaltadas que parecieran avadonadas o en desuso. Pero que cuando llegamos allí, se acaban. Y constatamos que no eramos los únicos en buscar aquel destino. Y que nuestra búsqueda no acababa allí, sino más allá. En un lugar que quizas nuestros teleobjetivos puedan captar, ya que nuestro intelecto se muestra insuficiente.

 Ortegal, agosto 2012

No se si desde el mar se siente esa atracción. Debe de ser así, por todos los naufragios que se cuentan a los pies de los faros. Y no hablo de los futuros de esas personas que solas o aglutinadas en parejas o grupos familiares pretenden inmortalizarse, como no pudieron hacer quienes perdieron la luz de guia y se fueron al fondo.

 
Ortegal, agosto 2012

Este faro, además, soporta el peso añadido de separar dos mares: el Cantábrico y el Atlántico. Y aunque el viento se decanta las más de las veces por el oeste, es esta costa la más castigada. No en vano se hace llamar "A Costa da Morte". Un nombre sin duda singular, cuando todas las demás pretenden llamarse doradas, esmeraldas, bravas, del sol, de la luz... algo que habla del caracter de los pueblos, sus pretensiones y sus ancestros.

2 comentarios:

MCH dijo...

Yo también me he preguntado muchas veces cual es el motivo del influjo y la atracción de los faros. Tal vez la búsqueda del finisterre o del horizonte más allá. Quizá la sensación de permanencia contra viento y marea. La resistencia. La soledad.
O quien sabe si es solamente esa vena romántica que sedimentaron algunas lecturas cuando éramos todavía más jóvenes que ahora.

Javier Vila dijo...

Yo, para mi, que es eso...