Madrid, 2009
Nada me ha ayudado más a soportar la oficina como saber que Benedetti era también un sufridor chupatintas, como yo. Es algo subrealista, pero también Kafka y Kavafis sufrieron los rigores del horario y los sinsabores del salario de oficinistas. Es, por consiguiente, una doble K, además de kafkiano, consolarse en esa notable compañía. Pero sí que resulta reconfortante y animoso el constatar que es posible concebir otro mundo y lograrlo, desde la misma ciénaga en la que otros nos encontramos.
SUELDO: Aquella esperanza que cabía en un dedal, aquella alta vereda junto al barro, aquel ir y venir del sueño, aquel horóscopo de un larguísimo viaje...
LUNES: Volvió el noble trabajo, pucha qué triste, que nos brinda el pan nuestro, pucha que triste...
VERANO: Voy a cerrar tarde, se acabó, no trabajo, tiene la culpa el cielo, que urge como un rio...
POEMAS DE LA OFICINA, Mario Benedetti
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