Barcelona, marzo 2014
Una pelota era el mundo de Alicia en el País de las Maravillas para un niño de mi barrio. Podíamos pasarnos horas jugando en el patio del instituto con un balón pinchado. En "la pista" de Porrúa un "balón de reglamento", de aquellos que decíamos "de cuero" o "de rombos", cuando lo que lo componían eran exágonos de cuero-skay, podía ser el bien más preciado del equipo improvisado de playeras raidas y sin calcetines. Yo he jugado en futbito, en playeros, en "campo de hierba" y me retiré en el equipo de futbol sala de "La Casera". Disfruté del balón y nunca fuí forofo de ningún equipo. Siempre apostaba por el más debil de la contienda y jaleaba sus goles y gritaba penalti cuando les quitaban el balón. Mi padre me sacaba el pase de socio infantil del Racing y yo lo cambiaba por entradas de cine a otros de la pandilla. Pero me entra un bailecillo en los pies cada vez que veo a alguien disfrutar con una simple pelota.
Barcelona, marzo 2014
Yo jugaba siempre con el número 3, de lateral izquierdo sin ser zurdo. El único y repetitivo consejo que siempre escuchaba de los sucesivos entrenadores era: que pase el hombre o el balón, pero nunca las dos cosas... Yo pretendía ser elegante, salvo una vez que un padre le gritaba al extremo que yo cubría: !mátalo¡ y no se me ocurrío otra cosa que susurrarle: como le hagas caso te arranco la cabeza... Mi padre nunca me iba a ver. Era un buen aficionado al futbol. Como yo.
Fascinación por la esfera. Barcelona, marzo 2014
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