Santander, mayo 2013
El desayuno, sin duda, es la comida más importante del día. De su buena elección depende en gran parte el estado de ánimo del resto del día. Y, por consiguiente, yo me atrevería a sentenciar que muchos de los desencuentros y de los errores que nos atascan el fluir de la existencia se deben, en gran medida, a un exceso de azucar o una deficiente dosis de sal justo antes de empezar el día.
¿El menú correcto? Elegir bien la compañía y el paisaje. Y, preferiblemente, desatender el televisor que adoctrina telebasura atronando en algún rincon, escuchar lo que cuentan los parroquianos y tomar nota. Es la música de la máquina del millón...
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