P. de la Cruz, marzo 2013
En una España de "peinetas", más rancio-facs que la de los años cuarenta, si cabe, vivir la semana santa castellano-manchega bajo la lluvia es todo un símbolo de involución. Un viaje en el tiempo que nos retrotrae a un mundo en blanco y negro, con inmensos escapularios tapando el pecho de las chicas y hombres de adoración nocturna en altares que todavía no lucían luces de neón. Un mundo pre-analógico, de manufactura artesana en el taller del cobertizo de la parte de atrás. Viva el vino. Amén.
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