Dalston Lane, Hakney, London, julio 2011
Después de una ronda cultureta por las Bretañas (la francesa y la británica), viendo iglesias de todo tipo de cultos y fanatismos, incluso alguna dedicada al shopping, todas iluminadas por vidrieras coloridas e historiadas, me encuentro con este retablo expontáneo de la contemporaneidad y la globalización, como puede ser un mercado interracial, en el que un chino le dice a un turco cómo hacer un buen arroz y un cazajo vende fruta recolectada por africanos, una china busca remedios indús y un negro europeo merca con refinados colombianos, una europea compra, off course, y una afro-londinense luce sus horas de peluquería y manicura, distanciada de la alarma que anuncia su madre en la carga genética que porta.
Nada hacía presagiar que aquella fruta volara. Y los adoquines del suelo también. Contra los escaparates colindantes. Y aquellos que hoy trocaban sus portes, trocaran a portear sus trucos, los de hacer desaparecer lo ajeno. Como tampoco nada presagiaba en aquellas vidrieras que aquellos píos fueran a perder sus cabezas y que quienes les martirizaron fueran a ser santificados. Pero yo no escribo la historia, sólo cuento historias...
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